Cinco muertos, una mina con más sombras que permisos, y un empresario marcado por el narco. La tragedia de Cerredo no es solo un accidente: es una bomba de relojería que ya ha empezado a estallar en los despachos.

 

La explosión que mató a cinco mineros en Cerredo no solo ha dejado un reguero de dolor y luto en las cuencas. Ha destapado también un entramado político-empresarial que amenaza con sacudir los cimientos del Gobierno asturiano y abrir grietas irreversibles en su credibilidad. Lo que ocurrió a 600 metros bajo tierra empieza ahora a emerger en forma de responsabilidades ocultas, correos no leídos, permisos entre tinieblas y relaciones incómodas que nadie quiere explicar del todo.

Porque esto ya no

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