No todos los ejércitos navales navegan en océanos. En América del Sur, un país sin costas mantiene una Armada activa y numerosa que desconcierta a quienes desconocen su historia. Bolivia, pese a su condición de nación mediterránea desde hace más de un siglo, conserva una flota que la ubica por encima de otras potencias militares en cantidad de barcos. Pero su propósito va más allá de lo estrictamente militar.
La Armada boliviana: entre la memoria histórica y la geografía fluvial
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Bolivia perdió su salida al océano Pacífico tras la Guerra del Pacífico (1879-1884), en un conflicto con Chile que marcó profundamente su identidad nacional. Desde entonces, la llamada Fuerza Naval Boliviana opera sin mar, pero no sin propósito. Su despliegue se concentra en cuerpos de agua como el lago Titicaca y los ríos Mamoré, Beni y otros afluentes de la Amazonía y el Pantanal.
Más allá de patrullar vías navegables estratégicas, su función es simbólica: mantener vivo el reclamo de una salida soberana al mar. Cada embarcación representa una reivindicación territorial, una presencia institucional que transmite que el sueño marítimo boliviano sigue vigente. La Armada, en este sentido, es también un acto de memoria.
Un lugar inesperado en los rankings militares
El Navy Fleet Strength by Country 2025, elaborado por el Global Firepower Index, posiciona a Bolivia por encima de países como Israel y Brasil en número de embarcaciones de guerra. Esto no implica superioridad bélica: muchas de estas unidades son pequeñas, adecuadas para entornos fluviales, no para conflictos oceánicos. Aun así, el dato sorprende por su carga estratégica y simbólica.
En el contexto sudamericano, Bolivia figura incluso por delante de Argentina en número de unidades, solo superada por Chile, Paraguay y Perú. A escala global, potencias como China, Estados Unidos o Rusia lideran por capacidad, pero el caso boliviano demuestra que las armadas también pueden tener funciones identitarias. Su flota, lejos de ser una anomalía, es una declaración persistente de soberanía.