EL CONGRESO DE UTRECHT

  • Print

EL CONGRESO DE UTRECHT

CONSAGRADO el artículo anterior á reseñar las guerras que precedieron á este intento de paz, que no había de lograrse en muchos años ni había de ser de larga duración, dejamos consignadas las condiciones preliminares fijadas como punto de partida para estas conferencias que debían celebrarse precisamente en Utrecht, punto elegido por la Reina Ana de Inglaterra.

 

El día 29 de Enero de 1712, reunidos los Plenipotenciarios de Francia, Inglaterra, Holanda, Prusia, Saboya, Portugal; de los Duques de Witemberg y de Baviera, de los Electores Palatino y de Cleverig, del Obispo soberano de Munster, de los Círculos germánicos y otros Estados secundarios; los del Emperador y los de España, que lo fueron el Duque de Osuna y el Marqués de Monteleón, anunció la apertura de las conferencias el Obispo de Bristol y pronunció elocuente discurso el abate Polignac, encareciendo las ventajas de la paz y la necesidad de devolver al mundo el reposo de que había carecido durante doce años.

 

Inmediatamente los representantes de Francia, como promovedores del Congreso, presentaron el siguiente proyecto de tratado de paz definitiva:

 

Reconocimiento de la Reina Ana como Soberana de Inglaterra, con exclusión expresa de la descendencia del destronado Jacobo II.

Demolición de la plaza de Dunquerque.

 

Cesión á Inglaterra por parte de España de Gibraltar, la isla de San Cristóbal, Terranova y la bahía de Hudson con el Puerto Real.

Cesión al Emperador por parte de España de los Estados de Milán, Ñapóles y Cerdeña.

 

Devolución de sus Estados al Elector de Baviera, acrecentados con los Países Bajos españoles.

 

Restitución á Portugal de cuanto hubiese perdido en la guerra.

Reconocimiento de Felipe V como Rey de España y de sus Indias, con expresa renuncia á esta corona por parte de la casa imperial de Apsburg.

 

Prohibición perpetua de que pudieran reunirse en ningún tiempo en la misma persona las coronas de Francia y España.

 

A esta proposición se hicieron por los demás» Plenipotenciarios las siguientes objeciones:

 

El Emperador insistía en reclamar para sí la corona de España y en que Francia le restituyese todo lo que á su costa había adquirido por los tratados de Munster, Nimega y Ryswik en 1648, 78 y 97 respectivamente. Inglaterra exigía, además de lo que se le había ofrecido, una fuerte indemnización por gastos de guerra y que Francia expulsase de su territorio al pretendiente Jacobo III.

Holanda pedía para sí los Países Bajos españoles.

Los demás Estados secundarios hicieron algunas observaciones de menor importancia.

 

Dada cuenta de estas contraproposiciones á los Gobiernos respectivos, pidió el Rey Cristianísimo algún aplazamiento para meditar su réplica, y en este espacio de tiempo murieron en brevísimo plazo el Delfín, nieto de Luis XIV, y su hijo el Duque de Bretaña, quedando sólo otro niño de dos años, de complexión tan débil que prometía muy corta vida y cuya desaparición del mundo, extinguiendo la rama primogénita, podía hacer recaer inmediatamente la corona del anciano Luis XIV precisamente en su nieto el Soberano de España.

 

Los aliados, que no podían consentir en modo alguno que aquella conjunción de coronas pudiera verificarse en nadie, y menos que en nadie en el tenaz Felipe V, amenazaron con romper de nuevo las hostilidades, y Luis XIV, que veía su fin cercano, exigió de su nieto que, en beneficio de la paz del mundo, optase en plazo breve por una sola de las dos coronas.

 

Felipe V no vaciló un momento, y cediendo al apremio de la necesidad del momento, envió al Rey de Francia la siguiente firmísima respuesta: «Mi elección está hecha y es irrevocable: nada hay en la tierra que sea eficaz para mover mi ánimo á renunciar la corona que Dios me ha dado: nada en el mundo hará que me separe de España y de los españoles».

 

Extendiéronse, pues, las renuncias por parte de Felipe á la corona de Francia y por la de los Duques de Berryy de Borbón, hermano menor y primo de Felipe respectivamente, á la de España, y ratificadas por los Estados generales de Francia y por las Cortes españolas, firmóse una suspensión de hostilidades entre Inglaterra, Francia y España; pero continuó la guerra con las demás naciones que aún resistían aceptar lo pactado.

 

Fortuna fué para la Francia que, á pesar del lastimoso estado en que se hallaba bajo todos aspectos, encontrase todavía ejércitos tan numerosos y Mariscales del talento de un Villars, capaces de arrollar á los imperiales del Príncipe Eugenio en la sangrienta batalla de Denain y apoderarse de gran número de plazas en los Países Bajos.

No fué tampoco escasa la fortuna de España, porque después de estos triunfos de las armas de Francia, necesitado el Emperador de fuerzas que atajasen las victorias de ésta en las propias fronteras alemanas, evacuó á Cataluña, á Mallorca y á Ibiza, que no por eso se sometieron á Felipe, dispuestas á luchar por su cuenta, y Luis XIV, aprovechando aquel respiro, firmó la paz definitiva por su parte en 14 de Marzo de aquel año 1713, ajustando tratados especiales con Inglaterra, Holanda, Portugal, Prusia y Saboya.

 

España los hizo por la suya separadamente con Inglaterra, á quien cedía Menorca y Gibraltar, y con el Duque de Saboya, á quien cedía la Sicilia.

Sólo el Emperador con Portugal, Holanda y los Príncipes del Imperio se obstinaba en continuar la guerra á todo trance, sin admitir arreglo alguno que no fuese la cesión de la monarquía española á su favor, tal como la hubiera heredado de Carlos II.

 

El Mariscal Villars pasó entonces el Rhin con 100.000 hombres, tomó á Landau y á Friburgo, derrotó é hizo prisionero al Príncipe de Witemberg y prosiguió su marcha victoriosa hasta que el Emperador, quebrantado con tantos reveses, consintió en firmar en Radstadt, el día 7 de Julio de 1714, la paz con Francia en las siguientes condiciones:

 

Se cederían al Emperador los Países Bajos, Cerdeña y los Estados que tenía ocupados en Italia, y se restablecería como frontera con Francia la convenida en 1697 por el tratado de Ryswik.

 

España no concurría con su firma á este tratado, pero sus hostilidades con el Imperio quedaban en estado de suspensión indefinida y en una paz de hecho, más bien garantizada por el  cansancio que por mutuo reconocimiento.

 

A este tratado siguió otro de paz y amistad entre España y Holanda.

Desembarazado Felipe de la guerra en los Países Bajos, recogió aquellas tropas, cuyo mando confió al Duque de Berwik y con ellas sometió á Cataluña, bombardeó á Barcelona, que aún se defendía, y, después de vencida, la privó de sus fueros.

 

La paz con Portugal no se firmó hasta el 6 de Febrero de 1815, en que se le restituyeron las plazas de Alburquerque y la Puebla á cambio de la colonia del Sacramento, en el Río de la Plata, que fué cedida á España, y finalmente, las islas de Mallorca y de Ibiza se sometieron á Felipe el día 15 de Junio de 1715.

 

Restañadas un tanto las heridas que había sufrido España en tan sangrienta y larga guerra, volvió á reanudarla contra el Emperador, que aún se empeñaba en titularse Rey Católico, empezando por rescatar la isla de Cerdeña con una Escuadra mandada por el Marqués de Mary en Noviembre de 1717.

 

Mediaron entonces Inglaterra y Francia, temerosas de que se encendiese de nuevo una guerra general, y al convencerse de lo vano de su intento, aliáronse con el Imperio para obligar á Felipe á que dejase á la Europa en sosiego.

 

La respuesta de éste fué hacer salir de Barcelona el 18 de Junio de 1718 otra Escuadra de 22 navios de línea y 340 transportes con 30.000 hombres á las órdenes del Marqués de Ledé, llevando de Intendente á Patiño, la cual tomó en Cerdeña las tropas de Armendáriz, siguió rumbo á Sicilia, y antes que las potencias se hubiesen dado cuenta del objeto de la expedición, había desembarcado y sometido la Sicilia al cetro de Felipe V.

 

No fuimos tan felices por mar, pues á los pocos días, el 11 de Agosto de 1718, apareció en Sicilia la Escuadra inglesa del Almirante Byng (padre del que más tarde fué ahorcado por su derrota ante Menorca) y destruyó á la nuestra en Siracusa, apresó al Almirante Gaztañeta y repitió la misma operación al día siguiente con la Escuadra de Mary.

 

Otra tercera expedición naval enviada contra los puertos de Escocia en Febrero de 1719, á las órdenes de D. Baltasar de Guevara, tuvo también un resultado desastroso: Cataluña y las Provincias Vascongadas fueron invadidas por un ejército francés á las órdenes del Duque de Berwik, nuestro antiguo aliado; Vigo cayó en poder de los ingleses y, finalmente, Holanda volvió á hacer alianza con los enemigos de Felipe.

 

En esta apurada situación del Rey de España, obligado á sostener la guerra contra toda la Europa, hiciéronle los aliados una proposición de paz en 4 de Enero de 1720, y largamente discutida, firmóse al fin en la ciudad de Cambray á 17 de Febrero de 1720, con las siguientes condiciones:

Felipe V confirmaba la renuncia de sus derechos á la corona de Francia, cedía la isla de Cerdeña al Duque de Saboya y reconocía la soberanía del Emperador en los Países Bajos y en todos los Estados que ocupaba en Italia, agregando á ellos la Sicilia, con la condición de que, si dicho Emperador moría sin sucesión masculina, heredarían los Estados de Parma y de Toscana los hijos de la Reina de España Isabel Farnesio, segunda esposa de Felipe V.

El Emperador renunciaba á sus pretensiones á la corona de España, reconocía como Rey legítimo á Felipe V y aceptaba la condición impuesta sobre la sucesión de Parma y de Toscana.

 

Así acabó en el año 20 de aquel siglo la guerra comenzada en el I, consolidándose después la interrumpida amistad de las dos naciones vecinas mediante otro tratado matrimonial, celebrado el 25 de Noviembre de 1723, en cuya virtud casó el Príncipe de Asturias (luego Luis I) con Luisa de Montpensier, hija del Duque de Orleáns, Regente de Francia durante la menor edad de Luis XV, y este Rey Cristianísimo con la Infanta María Ana, hija de Felipe V y de su segunda mujer Isabel Farnesio.

 

Y finalmente, pacificado el Reino y asegurada en sus sienes la corona que tantos afanes le había costado, hizo renuncia de ella en su hijo primogénito Luis I el día 10 de Enero de 1724, causando universal sorpresa por lo inesperado de este acto, que era, no obstante, fruto de madura reflexión.

 

«Habiendo considerado (decía el decreto de renuncia) de cuatro años á esta parte con alguna particular reflexión y madurez las miserias de esta vida, por las enfermedades, guerras y turbulencias que Dios ha sido servido enviarme en los veintitrés años de mi reinado, y considerando también que mi hijo primogénito don Luis, Príncipe jurado de España, se halla en edad suficiente, ya casado y con capacidad, juicio y prendas suficientes para regir y gobernar con asiento y justicia esta monarquía, he deliberado apartarme absolutamente del gobierno y manejo de ella, renunciándola con todos sus Estados, reinos y señoríos en el referido Príncipe D. Luis, mi hijo primogénito, y retirarme con la Reina, en quien he hallado un pronto ánimo y voluntad á acompañarme gustosa, á este palacio y retiro de San Ildefopso, para servir á Dios y, desembarazado de estos cuidados, pensar en la muerte y solicitar mi salud.»

 

No pudo, sin embargo, ser de gran duración su retiro, y sin haber podido dedicarse á pensar en la muerte, hubo de verse precisado á reinar otra vez y á guerrear de nuevo en la vejez como en los tiempos juveniles, en que alcanzó el renombre de Animoso.

 

RAMÓN AUÑÓN Y VILLALÓN

Capitán de Navio de 1.* clase.

Año de 1898