- El naufragio del “Douaumont” de Josep Pla 29.05.2017 16:45 Etiquetas: literatura | naufragio | Catalunya | mediterráneo | mercante Introducción Josep Pla i Casadevall (Palaufrugell, Girona 8-03-1897 - LLofriu, Girona 23-04-1981) escritor y per

 

 

 

22.

 

El “Bermuda” remolcando al “Douaumont”. Foto de https://1.bp.blogspot.com

 

Había zarpado de Marsella totalmente cargado de baldosas, ladrillos y tejas de las grandes tejerías provenzales e iba despachado para La Habana y Nueva York. Llevaba una cubertada impresionante.

      

Cuando apareció a la vista del Cabo de Creus el cielo estaba bajo y cubierto, el temporal de levante mugía en las rocas costeras y caían, intermitentemente, aguaceros fuertes e intensos. Quizás el viento no era tan duro como otras veces, pero había una mar gruesa imponente. Era uno de esos días de invierno en que la gente reunida alrededor del fuego tiende a considerar inconcebible la presencia de un ser humano en la intemperie y menos en la mar. La aparición del pailebot bajo la lívida luz, rodeado de cortinas de agua, en medio de la mar desierta y desatada, fue un espectáculo de una amenidad muy escasa.

El “Douamont” navegaba con el mar y el viento de través. Avanzaba lentamente y utilizando todas las velas disponibles: un foque y las cuatro cagrejas. Su velocidad hacía sospechar que no utilizaba los motores que llevaba. Más tarde este hecho quedó perfectamente claro. A simple vista se veía que el barco derivaba hacia tierra. Si este movimiento era voluntario o forzado, era imposible de precisar desde tierra. Había mucho más mar que viento y esto hacía que el abatimiento del barco sobre la tierra pareciese peligroso —o en todo caso singularísimo—.

Cuando llegó a una distancia de la costa que el mando del buque consideró prudencial, el pailebot trató de llevar a cabo la maniobra de virar, de tomar el bordo de fuera y ganar aguas profundas. Pero la maniobra resultó fallida. El timón no obedeció y la maniobra falló —esta es la palabra exacta y precisa—. Para la relativamente escasa cantidad de trapo que el "Douamont" aparejaba, había demasiado poco viento y la fuerza del mar lo hacía abatir demasiado para que el timón tuviera el nervio necesario para hacerlo virar. Al poco rato repitió la maniobra y también le falló. De repente la situación se volvió inquietante. Al barco, habida cuenta de su pesadez, evidentemente le faltaba el trapo de arriba para llegar a tener la suficiente agilidad. No pudiendo utilizar los motores, la maniobra del barco se había calculado contando con todas sus velas. Habiendo sido despojado de gran parte de ellas y sobre todo de las más eficientes para la maniobras con poco viento, las más finas, quedó con una defensa ineficiente, como un pájaro con las alas rotas.

Trató de virar por tercera vez y el resultado fue el mismo: nada que hacer. El botalón de proa no se movió. Mientras, la presión del viento y de la mar iban empujándolo hacia tierra.

Llegó un momento en que se vieron perfectamente las dificultades que tendría para remontar las rocas de levante de la Bahía de Cadaqués. La punta de S’Oliguera. Decir que el barco había entrado en malas aguas habría sido bien poca cosa: en realidad, había entrado en un camino de perdición que sólo un milagro —de alguna manera se han de calificar determinados hechos— hubiera podido desviar favorablemente.

A partir de este momento las cosas se precipitaron. El "Douamont" hizo las señales de encontrarse en peligro habituales en la navegación. Estas señales fueron vistas por uno u otro situado en tierra. La noticia fue llevada rápidamente a Cadaqués. La campana del Salvamento de Náufragos se puso en movimiento. La lancha de salvamento fue botada en un abrir y cerrar de ojos. El ruido de la campana produjo una gran sorpresa en la atonía profunda del pueblo. Hacía tantos años que la invernal vaguedad sonámbula de Cadaqués no había sido perturbada por ninguna singularidad que la gente salió a la calle por un movimiento reflejo, inconsciente. Los más prudentes —en este mundo siempre hay personas prudentes— se pusieron los zuecos y cogieron un paraguas. La gran mayoría salieron a la playa tal como se encontraban junto al fuego. Vieron como la lancha de salvamento se dirigía, bogando fuerte contra el viento y la mar, hacia fuera de la bahía. Era totalmente evidente que había un naufragio en perspectiva. Por la manera de remar de los de la lancha, se veía que la cosa era urgente. Llovía. Hacía muy mal tiempo. Había unos charcos de agua enormes sobre el Podritxó.

 

Foto de origen, fecha y autor desconocidos

 

El mar tenía un color turbio y bullente. Las olas hacían un ruido sordo en la costa.Todo el país estaba como inmerso en una vaga y lejana música de órgano de iglesia producida por el embate de la mar. Era una resonancia de una fuerza tangible y concreta que flotaba en el aire y que al mismo tiempo se perdía en una inmensidad vacía e indiferente. No hacía un tiempo adecuado para ir a ver un naufragio ni para acudir a un espectáculo. Aún así algunas personas emprendieron el viaje hacia S’Arenella, porque en definitiva —entre otras razones— la presencia de la lancha de salvamento en plena marcha hacia afuera de la bahía no era una cosa corriente. Fue imposible aguantar a las criaturas. Cuando oían la palabra naufragio les entraba tal curiosidad que, excepto las enfermas y las bien educadas, seguían en masa hacia donde iba la gente.

A medida que la lancha iba saliendo de la bahía, más dificultades encontraba, por razón del cariz del tiempo. El fondo de la bahía de Cadaqués es bueno con toda clase de tiempo; pero con temporal de levante, a medida que se va saliendo, pasada ya la playa del Ros y los escollos, el oleaje se vuelve grave y profundo.

Faro de Cala Nans. Foto de https://madridnavega.cpcw3.net 

 

La embarcación empezó a saltar sobre las olas como una cáscara de nuez. En Cadaqués siempre había habido buenos remeros. Por otra parte, el timón estaba en manos del señor Pío Riberas, capitán de la marina mercante, un viejo señor frío e impávido, de mucha inteligencia y una larguísima experiencia en la mar. La lancha, a pesar de todas las dificultades, iba avanzando, y cuando descubrió el barco condenado redobló los esfuerzos para acercarse. No fue un problema de fácil solución. Es un hecho conocido que cuando el gran oleaje llega a parajes de poca profundidad, su volumen toma unas proporciones inusitadas. Por esto los buques no se aterran nunca por gusto; cuando más aguas tienen, más confiada es su navegación. El “Douamont” iba entrando con una trágica fatalidad en los parajes de poco fondo. A medida que se acercaba, más gruesa era la mar, más pasiva era su situación en medio de las fenomenales avalanchas de agua, más resignada y muerta era su corporeidad en el balanceo profundo, impresionante. La gente había llegado a la playa de S’Arenella; algunos, utilizando cualquier medio, habían cruzado el pequeño freo entre tierra y la isla y contemplaban la tragedia con el corazón oprimido, sin articular palabra. El “Douamont” se encontraba a 150 o 200 metros de la isla, y las olas eran tan grandes que, a menudo, a pesar de la proximidad, se perdía la visión del casco y la parte inferior de los palos. El espectáculo era deprimente como puede ser una degollina de inocentes, ya que en su terrible ineluctabilidad no había defensa posible.

La lancha llegó finalmente al costado del pailebot, pero si había sido difícil llegar a establecer contacto, más complicado fue todavía mantenerlo en las aguas desatadas. El capitán Ribera, sin embargo, hizo, con el timón en la mano, verdaderos prodigios de habilidad. Era un hombre que en la mar tenía un don considerable. Encontraron a la tripulación del "Douamont", más que desmoralizada, enloquecida, en un estado de atontamiento pasivo. ¿Cómo no habían echado todavía las anclas al mar y tratado de dar fondo? Lo hicieron, pero ya era demasiado tarde. Debían haberlo hecho con más agua, nunca tan aterrados, en aquel paraje de tan poco fondo, en el hervidero de aquellas aguas. En la maniobra de fondeo participó una parte de la tripulación del barco; los marineros negros que llevaba, senegaleses, no se movieron del rincón donde permanecían acurrucados, más muertos que vivos, una mancha humana negra que parecía volverse amarilla a medida que aumentaba el miedo.

Está absolutamente probado que la lancha de salvamento, a pesar de la terrible situación, estableció dos contactos con el "Douamont"En el transcurso del segundo se le pasó un magnífico cabo nuevo de cáñamo, de más de 70 brazas, para el caso que se hiciera necesario abandonar el barco. El cabo se amarró en la medianía de uno de los palos con muchas penas y trabajos, con intención de hacer un plano inclinado, con el chicote opuesto amarrado a tierra, a través del cual la tripulación pudiera deslizarse. En realidad era absolutamente incierto que el "Douamont" fuera capaz de mantenerse fondeado en medio de los golpes de mar. Cualquier profecía positiva en este sentido valía menos que una pipada de tabaco.

Al poco rato, los hechos lo confirmaron. El fondeo se rompió en seco y el buque quedó otra vez como un peso muerto, a merced de los golpes de mar. Lentamente fue abatiendo hacia la costa de fuera de la isla de S’Arenella. El choque de la obra viva⁷ con el primer bajío —el barco flotaba poco, porque iba muy cargado— era una simple cuestión de tiempo.

Llegó el momento de salvar a la gente. Cuando se pudo establecer el plano inclinado con la cuerda de cáñamo, la tripulación, utilizando una lazada corrediza para cada hombre, se dejó deslizar.

Dibujo (modificado) de https://www.tarifaweb.com

 

El capitán⁸ mantuvo una perfecta disciplina durante la operación: no se produjo ni la mínima violencia o precipitación. Los tripulantes llegaron sucesivamente a tierra. Sus cuerpos exhalaban un hedor de bestias mojadas. Sólo hubo una desgracia, uno de los senegaleses no supo mantener el cuerpo dentro del lazo y llegó a tierra con la cuerda al cuello, estrangulado⁹.

El “Douamont” llevaba un pequeño rebaño de animales domésticos vivos: una vaca, unos corderos, gallinas y pollos. El capitán, que fue el último en abandonar el barco, antes de hacerlo los dejó en libertad. Sin dudarlo un momento, los animales se tiraron al agua y llegaron nadando a la costa. La vaca y los corderos sufrieron enormemente para hacer pie. Se rompieron alguna pata, pero todos fueron salvados. Esto fue lo que más impresionó a las criaturas presentes: ver los frenéticos esfuerzos de la vaca para aferrarse a las rocas resbaladizas de la costa, su mirada de angustia para salir del agua.

Mientras tanto se produjo el desenlace. El "Douamont" fue cogido como una pluma por la cresta de una ola y al producirse la caida en la depresión, se oyó un golpe seco que hizo temblar el aire. Fue un impacto de una violencia de descarga eléctrica inmediata, de una precisión glacial —como el choque de un enorme martillo sobre un bloque de acero—. El golpe escoró el barco que quedó como descabezado: toda la cubertada cayó al agua. Tras esta primera enrocada siguió el ruido, casi metálico, que produjo la rotura de los miles y miles de baldosas, ladrillos y tejas que llevaba el "Douamont". El pailebot fue cogido por una segunda ola y precipitado, con una furia creciente, sobre los bajos: los testigos presenciales quedaron aterrorizados: vieron cómo el barco se abría como una granada. La arboladura cayó pesadamente al mar. La inmersión se inició rápidamente. El contacto de las tejas y baldosas con el agua de mar creó alrededor del derrelicto un color túrbio, vagamente rosado. La lucha entre los despojos medio sumergidos y los golpes de mar duró dos o tres horas. En las aguas inmediatas aparecieron imprecisos objetos flotantes. En días sucesivos estos objetos fueron recogidos y vendidos a los traperos. Al cabo de cuatro horas de golpear sobre las rocas, no se veía ya ni rastro del buque. Todo estaba perdido, invisible, y las olas cubrían, con una fuerza aplastante, el lugar de la catástrofe.

El senegalés estrangulado fue enterrado en el cementerio de los náufragos. Algunos marineros quedaron hospitalizados unos días. Otros se embriagaron la misma noche, de taverna en taverna, de una manera animal y silenciosa. Una vez hechos los trámites, todos fueron repatriados.

Algunos años después se recuperaron las anclas y cadenas del barco.

Del gran pailebot de cuatro palos, sólo han quedado unos resíduos. Los fondos submarinos de los alrededores de la isla S’Arenella contienen una enorme cantidad de pequeños trozitos de teja, ladrillo y baldosa, entre los cuales crecen ictíneas de un verde oscuro-morado, de un malva rojizo. También quedaron durante muchos años, en la pequeña playa inmediata a la isla, unos depósitos de hierro oxidado. Estos depósitos pertenecieron al "Douamont". La última vez que pasé por esos parajes, sin embargo, vi que habían desaparecido.

Del derrelicto, en el lugar de la catástrofe, hoy no queda ni el más pequeño rastro.

 

Introducción y traducción: Román Sánchez Morata 28-05-2017

 

Notas del traductor:

¹.- Otras fuentes hablan de 1920 o 1929.

².- 75 m d’eslora.

³.- El estado francés envió una misión diplomática —Mission Tardieu— a los Estados Unidos de América para adquirir —mediante la U.S. Shipping Board Emergency Fleet Corporation— una flota de buques de madera que sustituyera las unidades perdidas durante la guerra. Entre 1917 y 1919 se compraron no menos de 51 schooners (40 de 5 mástiles y 11 de 4), la mayoría de ellos adquiridos en astilleros de la costa oeste de USA. Casi todos tuvieron una vida breve por los más variados motivos, como haber sido construidos con madera verde, necesitar tripulaciones relativamente numerosas o estar equipados con motores de potencia insuficiente.

⁴.- Denominada “Manuel Aguirre”.

⁵.- El Podritxó es un gran noray de piedra situado en la playa del mismo nombre. Por extensión se llama también así al camino y zona circundante.

.- En el original dice «tres o cuatro llibants». 1 llibant = 32 canes, 1 cana = 8 pams y 1 pam = 20,873 cm, luego 1 libant = 53,4 metros.

⁷.- En el original dice «obra muerta», pero es obvio que se trata de un error, pues la obra muerta es la parte no sumergida del barco.

.- El capitán Roullols.

.- Otras fuentes hablan de un muerto y un desaparecido de un total de 35 enrolados.

 

Fuentes:

- Josep Pla. Obra completa



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