Historia militar.- La Armada Española durante la guerra de los tres años(1936-1939)

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 “A mi Padre, Marino de España fiel a la República hasta el final”. “Aquel hombre pequeño, grueso, insignificante, aquel general con voz atiplada que había gobernado España durante cuarenta años, sólo habrá tenido como seña excepcional un temperamento implacablemente frío, una crueldad casi impersonal, casi imparcial, sin estallido de sadismo o de desmesura, exclusivamente orientada a reforzar su poder. Excepcional habrá sido en él la frialdad de su mirada sobre los hombres, su capacidad de halagarlos o destruirlos, según las exigencias cambiantes de este mismo poder. De las campañas de África encabezando la legión extranjera hasta las últimas ejecuciones de su reino interminable, el general Franco habrá gestionado la muerte de los demás como un profesional; sin pasiones ni estallidos, con una paciencia rutinaria y despiadada”.

Jorge Semprún Maura.

1. Antecedentes.

1.1 Dominio del mar, control y poder en tierra firme: Función y objetivos de una Marina de Guerra.

La guerra en el mar, desde la noche de los tiempos, tiene como objetivo ser complemento del dominio en la tierra, mediante la eliminación física del enemigo, poner en peligro las rutas marítimas de este, bloquear sus puertos e interrumpir sus movimientos, hasta conseguir el estrangulamiento total del transporte marítimo, al tiempo que se busca lo contrario en el espacio propio mediante la protección de las rutas e infraestructuras marítimas, puertos, bases navales, arsenales, buques y astilleros.

La historia naval de España desde principios del siglo XVIII, es la crónica de una muerte lenta e inexorable de su dominio marítimo que hacía posible la comunicación de la Península con las Indias o el Extremo Oriente, mediante una serie de hitos, lugares, fechas y aconteceres: 1704 Gibraltar, 1804 Trafalgar, 1898 Puerto Rico, Cuba y Filipinas. Y en el siglo XX, tras el espejismo de la creación de una nueva flota que, nacida para proteger el ámbito marítimo propio en el Mediterráneo occidental frente a las pretensiones expansionistas de la Italia fascista, se estrena con el desembarco de Alhucemas en la guerra de Marruecos. El resto de operaciones hasta su desaparición en 1939 será efímero y realizado contra la propia población española, primero en la represión de la cuenca minera asturiana en los sucesos de 1934 y después en la guerra terrible de los tres años que supondrá la pérdida total del poder naval de España, primero a manos de la Dictadura de Franco y posteriormente por la Monarquía de Juan Carlos1 .

1.2 La pérdida del mar y de la tierra: Nuevo Imperio colonial y nueva Marina de Guerra para servirlo.

Tras el desastre del noventa y ocho, la fuerza naval española quedó reducida a la mínima expresión: tres acorazados, trece cruceros y poco más. España, una vez 1 .-

1/Hechos significativos de cuanto decimos, fueron por una parte que el único submarino que tuvo la España del Dictador después de 1939 fue el S-61, entregado por el gobierno de los Estados Unidos, en virtud de la política de cesión de material de guerra naval que dicho gobierno tuvo a bien realizar con motivo de la firma de los tratados para la instalación de bases militares norteamericanas en territorio español. Por otra el hecho igualmente significativo que en este 2012 que entra en su recta final, el buque insignia de la Armada de la España de Juan Carlos, el porta-aviones “Príncipe de Asturias” vaya a causar baja en la misma y sufrir desguace en el Arsenal de Ferrol, ante la imposibilidad de hacer frente a lo costoso de su mantenimiento. No se conoce que la flota franquista tuviese participación alguna en las crisis coloniales vividas por el Régimen en la independencia de Guinea Ecuatorial, salvo para repatriar nacionales, en la guerra de Ifni contra Marruecos, o en la posterior ocupación por este último país del Sáhara Occidental, en las postrimerías del franquismo. Nuestra participación naval en las misiones de la OTAN en el Mediterráneo o en el Índico, no pasan de ser simbolismos de limitado alcance.

desalojada definitivamente de América primero por los ingleses y posteriormente por los norteamericanos, siente la necesidad de buscarse un nuevo imperio colonial cerquita de casa, y para ello ve en Marruecos la posibilidad de lograrlo aprovechando la rivalidad de Gran Bretaña y Francia y el interés de ambas por encontrar un equilibrio en la zona del Estrecho de Gibraltar. Los ingleses recelan de Francia por su firme asentamiento en Argelia y su interés por penetrar en Marruecos; y los franceses recelan a su vez del poderío naval británico no sólo en el Atlántico sino también en el Mediterráneo y esa es la ocasión que aprovecha el gobierno español para sentarse a la mesa como anfitriona de la Conferencia de Algeciras de 1906 y lograr que Inglaterra obligue a Francia a compartir con España la aventura marroquí, eso sí, llevándose ésta última la peor parte (el norte) de lo que eufemísticamente se denominará “El Protectorado”.

Ante la nueva situación, España necesita establecer una nueva política naval con el objetivo de defender sus costas mediterránea, atlántica y cantábrica y sus actividades pesqueras y comerciales, así como hacerse presente en el Mediterráneo occidental frente a potencias coloniales como Francia e Italia por un lado, interesadas en asegurar sus rutas con África del norte, y Gran Bretaña por otro que desde Gibraltar a Suez pasando por Malta busca mantener operativa la ruta que desde el Atlántico norte le lleva hasta el Índico, punto neurálgico de su gigantesco Imperio colonial. Para hacer posible ese objetivo nace en 1900 la Liga Marítima Española inspirada por Antonio Maura como grupo de presión orientado a crear una Armada poderosa, capaz de hacer frente a los nuevos retos derivados de la nueva geoestrategia mediterránea y de la presencia española en el norte de África.

La política naval durante el reinado de Alfonso XIII alumbra el nacimiento de una nueva flota, de mucho menor calado y envergadura que la de otras potencias navales europeas, aunque trata de aproximarse a ellas. De la mano del almirante Ferrándiz, vicealmirante Miranda y contralmirantes Cornejo y Carvia, ministros de Marina, España crea y mantiene en el primer tercio del siglo XX una fuerza naval necesaria para hacer frente a sus necesidades, integrada en sus unidades principales por tres acorazados (España, Jaime I y Alfonso XIII), cinco cruceros (Méndez Núñez, Blás de Lezo, Príncipe Alfonso, Almirante Cervera y Cervantes), siete destructores (Alsedo, Lazaga, Velasco, Churruca, José Luis Díez, Ferrándiz y Lepanto), tres cañoneros (Cánovas, Canalejas y Dato) y dos series de submarinos (seis de tipo B y otros seis de tipo C). Fuerza naval servida por un colectivo muy jerarquizado separado de manera radical entre cuerpos de oficiales (General, Infantería de Marina, Maquinistas, Ingenieros, Artillería, Jurídico, Administración, Sanidad, Oficinas y Eclesiásticos) y suboficiales (Contramaestres, Condestables, Maquinistas, Radiotelegrafistas, Practicantes, Torpedistas-electricistas y Auxiliares de Oficinas), más los cuerpos civiles de Maestranza y Cartógrafos, no siendo posible, a diferencia de lo que ocurre en el Ejército de Tierra, el acceso a la escala de oficiales de la suboficialidad. Este hecho tendrá su importancia en la hora decisiva del estallido de la guerra en 1936, tras las reformas que llevará a cabo la República.

El bautismo de fuego de la flamante Armada fue, como no podía ser de otra manera, en la guerra de África, motivada por el contumaz deseo de la Monarquía de entonces, secundada por los gobiernos de turno de lograr al precio que fuese, una nueva colonia con la que seguir ensanchando los horizontes de la Patria, reducidos a comienzos del siglo XX a la mínima expresión. Participando entre 1922 y 1926 en operaciones de bloqueo, reconocimientos y bombardeos de las costas marroquíes del Protectorado en guerra por la sublevación de las kábilas rifeñas de la mano de Abdelkrim contra la presencia española en su territorio, la operación naval del desembarco en la bahía de Alhucemas en septiembre de 1925, llevada a cabo por la Dictadura coronada de Primo de Rivera, pretende poner fin a un conflicto que viene desangrando a España de manera alarmante, provocando además un notable incremento de la conflictividad social.

La operación naval efectuada conjuntamente con la Armada Francesa en septiembre de 1925 fue llevada a cabo por una fuerza integrada por dos acorazados (Jaime I y Alfonso XIII), cuatro cruceros (Reina Regente, Blas de Lezo, Méndez Núñez y Extremadura), tres destructores y seis cañoneros, además de guardacostas, guardapescas, barcazas de desembarco y veinte buques de la Marina Mercante para transporte de hombres y material 2 . El resultado de la acción sería la rendición de Abdelkrim y la pacificación de un territorio, cuyos naturales y ocupantes hispanos se prepararían de nuevo para la guerra, esta vez de la mano y no enfrentados, en la lucha contra el “rojo-infiel”, primero en la Asturias de 1934 y posteriormente en 1936 en la totalidad del territorio español en la fatídica Guerra de los Tres Años.

1.3 Política naval durante la II República.

a) A diferencia de los traumáticos cambios de régimen vividos por España a lo largo del siglo XIX la II República española nace en medio del alborozo generalizado el 14 de abril de 1931. El desgaste tremendo, en medio de un desprestigio creciente, de la Monarquía de Alfonso XIII es factor principal en el advenimiento del nuevo régimen, alumbrado al calor de unas elecciones municipales que en las grandes ciudades del país dan una mayoría abrumadora a las candidaturas republicanas frente a las monárquicas.

El rey, desasistido por sus “leales” y abandonado por quienes no lo eran se ve obligado a abandonar España por el puerto de Cartagena embarcando en el “Príncipe Alfonso” rumbo a Marsella y al exilio en Italia acompañado del último ministro de Marina de la monarquía, almirante Rivera, en una travesía de veinticuatro horas de navegación, con una tripulación respetuosa con el ya ex-monarca al mando del capitán de navío Fernández Piña, de la que forma parte el padre del autor de este trabajo, brigada Laureano Rodríguez Fernández. Comandante que, manteniendo en el buque la bandera bicolor de la España monárquica mientras permanece en el mismo el ilustre viajero, -al que prohíbe la lectura de una proclama a la Marina redactada por éste durante el viaje-, procede a izar una vez desembarcado el rey la nueva bandera tricolor republicana, signo evidente de la continuidad de la Patria por encima del cambio de régimen producido.

Es evidente la prisa del Gobierno provisional presidido por don Manuel Azaña Díaz con Santiago Casares Quiroga como Ministro de Marina por borrar la huella monárquica de la Armada. Tres días después de la proclamación, el nuevo ministro decreta la desaparición de nombres monárquicos en los buques más emblemáticos de la Escuadra, pasando el acorazado Alfonso XIII a denominarse España y los cruceros Reina Victoria y Príncipe Alfonso, República y Libertad respectivamente.

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